EDITORIAL: Comprendiendo el Partido Comunista


“Sin teoría revolucionaria, no puede haber tampoco movimiento revolucionario. Nunca se insistirá lo bastante sobre esta idea en un tiempo en que a la prédica en boga del oportunismo va unido un apasionamiento por las formas más estrechas de práctica.”

V. I. Lenin, ¿Qué hacer?




Como ya señalábamos en el Editorial del número 0 de Hoz Y Martillo, la revolución proletaria representa un salto cualitativo respecto a las formas anteriores de entenderse y realizarse la transformación social. El objetivo, la emancipación de la humanidad, y la base, el más perfeccionado sistema de explotación y alienación (el capitalismo), del proceso le confieren atributos radicalmente diferentes a los procesos revolucionarios históricos anteriores. Estas características le convierten en el primer proceso completamente consciente, y por ende voluntario, que afronta la humanidad; y por lo mismo, es el sello que asegura racionalmente que la revolución proletaria es la verdadera culminación de la liberación del ser humano de todas las determinaciones sociales.

Esta originalidad confiere al aspecto consciente y subjetivo del proletariado, a la problemática ideológica, una trascendental importancia sin parangón en la historia. La ideología revolucionaria es, precisamente, la única base coherente desde la que construir el movimiento revolucionario encaminado a la transformación radical de la sociedad. La experiencia ha demostrado sobradamente que este movimiento no puede edificarse desde las luchas parciales y de resistencia, que, precisamente por su parcialidad, al atender sólo a consecuencias fragmentadas de la única causa, las relaciones sociales capitalistas, reproducen y apuntalan a éstas en su conjunto.

La experiencia histórica del movimiento obrero no hace sino refrendar la importancia de la ideología revolucionaria, de esos principios, del plan de emancipación universal. Asimismo, este plan de liberación general no brota, ni puede brotar, de las luchas parciales de las masas, de un pretendido instinto obrero, ni del propio movimiento, sino que surge, como ya sentara Lenin hace más de un siglo, “del proceso social contemporáneo”, un devenir histórico que no puede ser aprehendido desde posiciones fragmentarias de una determinada realidad material (como, por ejemplo, desde las luchas económicas en la actual formación social del Estado español).

De lo que se trata, y ahí reside la constante que posibilita al proletariado convertirse en esas masas que hacen la historia, es de la fusión y articulación de este plan de emancipación, de la ideología revolucionaria, con las masas, con el movimiento proletario, cuyo actual divorcio es la patente más clara de la derrota histórica del proyecto revolucionario. Precisamente, el resultado objetivo de la culminación de este complejo proceso de fusión será, con todos los cambios políticos y culturales que implica respecto de la actualidad, el Partido Comunista.

Huimos así, conscientemente, de cualquier rígida concepción organicista del Partido, que es la que acabó predominando, desfigurándolo y desnaturalizándolo. La visión organicista sancionó la estrecha visión del Partido como mera “organización de la vanguardia”, imaginando un bucólico paisaje poblado de “masas sin partido”, y suponemos que ideológicamente como un folio en blanco, sobre las que la vanguardia, organizada ya en Partido actuaría con la naturalidad del pastor sobre sus ovejas. Irónicamente, los que predicaban (y predican) la objetividad inevitable del desarrollo histórico y lo superfluo y pueril de la atención por lo subjetivo e ideológico, ya impecablemente codificado, concibieron y construyeron (e intentan construir) el principal instrumento de la revolución como una mera unidad intersubjetiva de voluntades, sin atender al estado objetivo de desarrollo del proletariado y su conciencia. Ahí conduce el dogmático oportunismo que algunos denominan “marxismo”, del más rígido mecanicismo y materialismo vulgar al más zafio voluntarismo. Eso significa ni más ni menos la consigna tan en boga de unidad de los comunistas: la sanción orgánica de la desfiguración y derrota del marxismo y del primer Ciclo revolucionario.

Para nosotros, como ya hemos señalado, el Partido es el resultado objetivo de la fusión de la vanguardia con las masas, resultado que requiere unas mínimas condiciones ideológicas, políticas, culturales y sociales objetivas que han de ser forjadas por la vanguardia.

Así, con Lenin, consideramos que el Partido Comunista se plasma, no como mero aparato político, sino como movimiento político revolucionario. La cuestión del Partido, pues, no se solventa, como es habitual en estos tiempos y lugares, con frases vacías sobre el “centralismo democrático” y la “unidad”. Sólo esta concepción como movimiento puede asumir en todas sus consecuencias la manida coletilla leninista de “firmeza en los principios y flexibilidad táctica”. Mientras que en la forma organicista los principios se consideran como un compromiso (liberalismo), base de la unidad orgánica, que al entenderse al margen de las masas abre la puerta al más mezquino oportunismo y pragmatismo político a la hora de acercarse a ellas. En cambio la concepción leninista como movimiento entiende como la ideología revolucionaria se va abriendo paso, a través de la lucha de líneas en una primera fase, desde la conquista de la vanguardia a las grandes masas, para las que, a través de sucesivos eslabones, esta ideología se hace progresivamente comprensible. Sólo de este modo es coherente la concepción del partido de nuevo tipo leninista, construido desde una concepción del mundo alternativa. Lenin, en una carta escrita poco después, resume la concepción organizativa que quiso plasmar en su ¿Qué hacer?:

“Yo sólo señalé la orientación en el carácter cambiante de los eslabones: cuanto mayor sea el carácter de ‘masas’ de la organización, menos definidamente organizada y menos clandestina debe ser; esa es mi tesis. Pero usted interpreta que significa ¡¡que entre las masas y los revolucionarios no se precisan intermediarios!! ¡Pero si toda la esencia está en esos intermediarios!” (Carta a Smidovich, agosto de 1902, que publicaremos íntegramente en un próximo número por considerarlo el epílogo necesario, y muy poco conocido, al ¿Qué hacer?).

Así pues, el Partido no puede resumirse a la mera organización de la vanguardia, sino que incluye a ésta junto a la organización de sus vínculos con las masas (esos “eslabones intermedios”). Como dice Lenin, “la fusión del socialismo científico con el movimiento obrero”.

No obstante, la característica de la actual coyuntura histórica está presidida por la derrota del Ciclo revolucionario que abrió Octubre y la probada incapacidad de los comunistas para culminar la tarea revolucionaria (o ni tan siquiera comenzarla). Cada día es más patente la imposibilidad de retomar el marxismo sin más (o alguna de las corrientes que protagonizaron el Ciclo) para revitalizar el movimiento revolucionario, ya que la crisis de éste no es sino el síntoma social de la de aquél. A diferencia de hace un siglo, hoy no existe un corpus teórico revolucionario que sea ya un referente político inmediato para la sociedad, sino que la época está precisamente marcada por la crisis de éste. La recuperación del movimiento revolucionario, la reconstitución del Partido Comunista, sólo puede venir mediada por la recuperación de la teoría revolucionaria. Es decir, el reinició del camino hacia la emancipación tiene como condición recuperar el plan de emancipación general.

La materia para esta magna tarea no reside, desde luego, en la cabeza de unos cuantos intelectuales, sino en la experiencia histórica del movimiento revolucionario resolviendo efectivamente las tareas de la revolución, los escollos que no pudo salvar, el por qué no pudo salvarlos, etc. En una palabra, la base para la reconstitución del discurso y el referente revolucionario está en el Balance del Ciclo de Octubre.

Por supuesto, ya que no cabe entender este proceso como un sesudo estudio libresco, el único método acorde con el principio universal de la lucha de clases como forma de desarrollo del proletariado es la lucha ideológica entre los destacamentos de una vanguardia muy fragmentada (nueva señal de la profunda crisis del comunismo), sobre la base de la experiencia histórica revolucionaria. Es decir la Lucha de Dos Líneas como proyección de la lucha de clases en el plano ideológico. Ése es hoy día el eslabón del que asir la cadena hacia la reconstitución del movimiento revolucionario en toda su amplitud.

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