Sobre el antifascismo y la experiencia reciente


El asesinato del joven militante antifascista Carlos Javier Palomino el pasado 11 de noviembre en Madrid a manos de un militar neonazi ha convulsionado al conjunto del movimiento. Vaya por delante nuestro pésame y apoyo a la familia, compañeros y amigos de Carlos y nuestro compromiso de que el asesinato no caiga en el olvido en espera del día en que los crímenes contra el proletariado reciban justa satisfacción. Sin embargo, el presente artículo pretende ser una aproximación a los límites inherentes al antifascismo y reseñar alguna de las lecciones de la experiencia reciente del movimiento, amargamente recibidas a costa de sangre.

El antifascismo es, por definición, una respuesta a una consecuencia del sistema capitalista, el fascismo, que de ningún modo es estructuralmente consustancial a alguna de sus fases (sin olvidar la tendencia a la reacción de la fase imperialista), sino que éste es un movimiento político y una forma estatal usada por el sistema tanto para contrarrestar al movimiento revolucionario como en la pugna entre facciones de la burguesía o como válvula de escape a sus crisis. Así es un producto natural del antifascismo, al atender sólo a una consecuencia del problema, la tendencia a reproducir la causa de éste, es decir, el capitalismo. No en vano, la tendencia histórica de este frente de lucha cuando ha sido dotado de sustantividad en la tarea revolucionaria ha sido la de poner en primer plano la oposición democracia/fascismo, velando la identidad básica de ambas como formas de la dictadura de la burguesía, relegando la cuestión central del socialismo y la dictadura del proletariado.

En este sentido, como en cualquier otro frente parcial o de resistencia, hemos podido comprobar también en este terreno, ante los dramáticos acontecimientos sucedidos, las perniciosas tendencias al espontaneísmo y a la reconducción por el sistema, al que finalmente, de un modo u otro, acaba reproduciendo.

Así, hemos visto como la justa indignación por el crimen y su manipulación por los medios propagandísticos capitalistas ha podido ser, en vista de su carácter espontáneo y disperso, reconducida por estos mismos medios, sirviendo para la legitimación de la criminalización y el aislamiento de eso que llaman “ultraizquierda”. Esto es lo que ha sucedido con los sucesos dispersos y aislados de enfrentamiento violento con las fuerzas represivas y la vinculación, real o imaginada, con el independentismo vasco.

Especialmente nos ha sorprendido, aunque no debería ser así, pues conocemos la fuerte atracción que el espontaneísmo siente hacia “lo posible”, “lo práctico” o “lo real”, el impulso de la mayoría del movimiento a remitir a la legalidad del Estado capitalista como remedio a alguno de los males que sufrimos, clamando por la ilegalización de las organizaciones fascistas y sus actos.

Desde luego, no nos cabe duda que para los posibilistas es mucho más “tangible” y “real” el Estado capitalista que la elevación de la conciencia revolucionaria de las masas. Lo que nos deja perplejos es la extensión de esta actitud y la aparente ignorancia ante las evidentísimas consecuencias lógicas de tal propuesta. En primer lugar, supone el apuntalamiento y la legitimación de nuestro principal enemigo, el Estado capitalista. La exigencia de ilegalización de organizaciones por el recurso a la intrínsecamente malvada violencia sólo puede representar el reforzamiento del legalmente existente y en general indiscutido monopolio de la violencia por parte del Estado, además de otorgarle a éste, desde supuestas posiciones antisistema, la prerrogativa de ordenador y mediador social legítimo. Además, esta actitud le supone portador, alimentando las ilusiones democrático-burguesas, de algún tipo de solución a los problemas sociales, despojándonos a nosotros mismos de tal capacidad (es decir, en este caso concreto, el movimiento antifascista renuncia a ser la única y verdadera solución frente al fascismo) y ocultando, además, el auténtico carácter del Estado como verdadero brazo armado del problema: el capitalismo y la sociedad de clases. ¡Realmente es difícil imaginar una consigna más perniciosa para nosotros mismos!

Si estos razonamientos teóricos no resultan claros, veamos ejemplos más prácticos. ¿Cómo podemos, tras estas peticiones de ilegalización, oponernos consecuentemente a la Ley de Partidos? Esa que precisamente está sometiendo a una especie de apartheid al independentismo vasco. Resulta que estamos haciendo justo lo contrario, legitimando desde la izquierda y justificando, con el falaz argumento de “mientras sea así que también les afecte a ellos”, la existencia de esta infame ley. He aquí ejemplificada la tragedia de las luchas parciales en ausencia de un movimiento revolucionario articulado ¡se pretende combatir al fascismo apoyándonos en las leyes que sancionan la fascistización del Estado!

Otro ejemplo, clamar la ilegalización por el peregrino argumento de la violencia ¿a quién puede beneficiar, cuando los grupos fascistas están ampliamente imbricados con el aparato del Estado –y el asesinato de Carlos ha suministrado la enésima prueba en este sentido-, es decir, con el monopolio de la violencia? Por decirlo de una forma puerilmente simple ¿en qué tipo de actos y manifestaciones suelen tener preferencia por actuar los provocadores policiales?

Y no es que nos opongamos al uso de la violencia, todo lo contrario: sabemos que la superación del capitalismo pasa únicamente por la más amplia propaganda y el uso de la violencia revolucionaria. Pero por eso mismo no nos vale cualquier tipo de violencia.

Desde luego, no se nos pasa por la cabeza condenar la violencia espontánea que se vio en algunas concentraciones de repulsa por el crimen, motivada, repetimos, por la justísima ira ante el asesinato y los intentos de reconducción e instrumentalización por parte de turbios oportunistas. Lo que queremos señalar es que precisamente esta última experiencia vuelve a demostrar una vez más la esterilidad del espontaneísmo para salir de ciertos y muy estrechos límites, y la facilidad de su reconducción por el sistema, que, una vez más, consiguió aislar y avanzar en la criminalización de los sectores más avanzados del movimiento. Esta experiencia ha vuelto a poner en relieve la imposibilidad de transitar desde la resistencia misma a un movimiento consecuentemente antagónico, revolucionario. Eso es lo que subrayamos, mientras no formemos esa organización independiente del medio y de los vaivenes del movimiento, sobre la base de la reconstitución de la ideología revolucionaria, estaremos condenados a seguir recibiendo los golpes por duplicado (asesinato y criminalización). Sólo con ella podremos empezar a plantearnos el responder sistemáticamente a su violencia con una violencia de masas.

Con este artículo tampoco queremos desestimar la labor del movimiento antifascista como frente de lucha parcial. Creemos que es útil para comenzar a organizar una mínima autodefensa frente a los desmanes del sistema en forma de bandas fascistas que pretenden instalar un terror blanco en las calles, dirigido fundamentalmente contra la vanguardia. También señalamos que, aunque frente de lucha parcial, el antifascismo se sitúa en un plano más elevado, político, que la lucha meramente económica, y por ello puede ser un mejor terreno para que los revolucionarios planteemos las problemáticas ideológicas que están en el orden del día de la revitalización de la revolución.

Por eso, porque estamos de acuerdo en que ya no cabe poner más mejillas, pongámonos manos a la obra con la tarea fundamental, la reconstitución ideológica y política del comunismo, como condición para el desencadenamiento de un terror revolucionario consciente y de masas en el que se ahogarán el criminal capitalismo y sus lacayos ensangrentados.

Sertorio

No hay comentarios: