Tercera República: ocho puntos adelante, mil pasos atrás



Sucede a veces que la historia, de alguna manera, se repite. Lo curioso (¿o deberíamos decir patético?) es que, cuando esto es así, lo hace con tintes bastante mórbidos. Hace ya casi un siglo, entre los partidos socialdemócratas adheridos a la segunda internacional, especialmente el alemán, liderado por Kautsky, estaba muy de moda presentar a las masas dos tipos de programas políticos: el mínimo y el máximo. En el primero aparecían todo tipo de reformas económicas que pretendían mejorar la vida del proletariado y hacer su existencia algo más llevadera, utilizando como armas el parlamentarismo y las medidas sindicales, es decir, economicismo puro y duro. Mientras, en el segundo, se definía el socialismo como el lugar al que se pretendía llegar, pese a que siempre se lo colocase en un horizonte cada vez más lejano. La revolución fue perdiendo vigencia a ojos de los reformistas, preocupados como estaban en contar una y otra vez sus votos y en convencer al proletariado de que llegaría al poder de manera pacífica. Frases como la de Karl Kautsky, máximo ideólogo del partido socialdemócrata alemán y la segunda internacional tras la muerte de Engels en 1895, suponen el corolario ideológico de la tergiversación filistea del marxismo:

"La meta de nuestra lucha política sigue siendo la que ha sido hasta aquí, conquistar el poder del Estado ganando la mayoría en el parlamento y hacer del parlamento el dueño del gobierno."(
Karl Kautsky)

Del mismo modo, muchas de las agrupaciones que dicen luchar por el comunismo hoy en día en el Estado español creen haber encontrado en la tercera república la solución a todos sus males y fracasos parlamentaristas. Imbuidos de palabrerías como "democracia participativa" o "soberanía popular", han conseguido que la tercera república burguesa se plantee como el único anhelo posible para el proletariado, como la panacea del progreso, el último paso para la liberación humana. La historia vuelve por donde solía, pero con el tinte mórbido, no ya del olvido, sino de la eliminación del programa máximo y por tanto de la revolución. Esto, que ya de por sí supone todo un retroceso respecto a las peores prácticas reformistas, siempre tildadas de "realistas", de hace más de un siglo de antigüedad, es un claro signo del momento histórico en que nos encontramos: la revolución socialista, aquella que no hace tanto significaba la más luminosa de las auroras para el conjunto de la humanidad, la única esperanza para los oprimidos de la Tierra, se ve sustituida hoy por otro proyecto más de corte reformista, pretendiendo que el proletariado se incline ante un nuevo golpe más del "pragmatismo" y el "realismo" que tanto llenan las bocas de aquellos que falsamente se atribuyen el epíteto de "comunistas". Pero como no podía ser de otra forma, todo proyecto político, por mucho retroceso que éste implique respecto a la verdadera lucha que ha de darse contra la esclavitud asalariada y las instituciones que la perpetúan, necesita de una concreción material; falto como está el movimiento comunista de teoría emancipadora, éste se agarra a cualquier clavo ardiendo que lleve la etiqueta de "unidad" y "pluralidad" y pueda plasmarse en documentos que den fe de lo unidos y respetuosos que se muestran ante todo lo que no provenga de la gran burguesía, articulada en el binomio PP-PSOE.
Así pues, si antes se podía echar en cara al movimiento "comunista" el que reverenciase la bandera tricolor y se postrase ante su historia, obviando sucesos como los de Casas Viejas o los acontecimientos de Asturias, que ponían de relieve su carácter burgués, a día de hoy todo ello se ha plasmado en un documento que, como ellos mismos dicen, supone un "programa mínimo de ocho puntos". Como ya hemos comentado, esta nueva sumisión ante la legalidad burguesa por parte de aquellos que se denominan "comunistas" supone no sólo todo un retroceso programático, pues ni siquiera se alude a ningún programa máximo (suponemos que los comités centrales de estos partidos lo siguen redactando, en busca del consabido consenso que tanto les gusta enarbolar), sino que, además, constituye el golpe de gracia a las esperanzas de instaurar la dictadura del proletariado como único medio para acabar con la división clasista de la sociedad. La nueva panacea del reformismo, plasmada en ocho puntos, es la siguiente:

1. Recuperación democrática.
2. Restablecimiento de la soberanía popular.
3. Derecho a la autodeterminación de los pueblos.
4. Independencia nacional.
5. Derogación de la Constitución de 1978.
6. Recuperación de la memoria histórica.
7. Defensa de la República, con carácter laico, democrático, popular y federal.
8. No a la Constitución Europea.
Por supuesto, nada más lejos en estos puntos que un análisis de clase mínimamente coherente: la ideología pequeñoburguesa consigue hacer pasar a la monarquía como la única y exclusiva culpable de los males que padece el proletariado; de este modo, su eliminación provocaría la llegada del reino de la libertad, igualdad y fraternidad a la tierra. En ningún momento se hace referencia a la división en clases de la sociedad, verdadero germen que hay que expulsar mediante la revolución socialista; tampoco se menta la explotación provocada por el trabajo asalariado, ¡ni siquiera aparece una sola vez la palabra "capitalismo"! Más que ocho puntos por la república, parece todo un manual para echar por la borda todo análisis basado en el materialismo histórico. La bancarrota ideológica que supone este alegato a favor de una nueva república burguesa se demuestra en la existencia de absurdos, como el presentar la nacionalización de los medios de producción como la mayor de las panaceas; aún hoy sigue habiendo quienes no sólo confunden nacionalizar con socializar los medios de producción, sino que no se percatan de que lo jurídico no tiene por qué ir necesariamente unido a lo social; un rápido vistazo a la historia de la URSS les demostraría cuán equivocados se encuentran.[1]
Dentro de los ocho puntos, encontramos uno especialmente incoherente si tenemos en cuenta la configuración mundial actual: el de la independencia nacional. Nuestros queridos "comunistas" plantean que el Estado español, octava economía del planeta, no es independiente. ¡¡Curiosa forma esta de olvidar todo el desfalco imperialista que ha llevado a cabo nuestra burguesía patria, apropiándose de recursos y gigantescas plusvalías en Estados, estos sí, sometidos a los designios de las clases dominantes, entre ellas la del Estado español!! Estos señores deberían ir a preguntar a los presidentes de Telefónica, BBVA, o el BSCH si se sienten "atados", "oprimidos", o si sienten "falta de libertad", en vez de proclamar que la burguesía española es presa de la estadounidense por el mero hecho de albergar en su territorio bases del ejército yanqui. Siguiendo con este razonamiento, las clases dominantes de los Estados japonés y alemán, por ejemplo, también se encontrarían atadas de pies y manos, pues en ambos países hay diversas bases estadounidenses. De hecho, lo que se puede ver con total claridad es lo contrario, es decir, la democracia que impera, en la mayoría de los casos, en las relaciones entre las diversas burguesías de los Estados imperialistas, la española entre ellas: todas y cada una de ellas llegan a acuerdos pacíficos sobre la compra y venta de empresas aquende y allende de nuestras fronteras, dependiendo de dónde esperen conseguir mayores plusvalías producidas por la explotación de la fuerza de trabajo del proletariado que allí resida; el que unas u otras clases dominantes acepten participar en una guerra de rapiña depende de los beneficios que de ellas esperen recoger. El Estado español mantiene tropas apoyando guerras de rapiña en Afganistán o el Líbano, y si no las mantuvo en Irak se debió simplemente a que una de las facciones de la burguesía, más europeísta, consideró más atractivo retirarlas a cambio de recoger mayor parcela de poder.
Lo más curioso (¿o deberíamos decir de nuevo patético?) es que los grupos que se dicen comunistas han firmado todos estos puntos y han suscrito una por una todas las afirmaciones que éstos contienen. Sin embargo, y pese a toda la deriva burguesa de aquellos que se proclaman comunistas, los cuales parecen haber olvidado que todo Estado implica la dictadura de una clase sobre la otra, la labor histórica del proletariado sigue siendo la de imponer la suya propia y destruir la maquinaria del Estado. Sólo de esta manera será posible hacer realidad los anhelos de libertad, igualdad y fraternidad y volver a plantear tomar el cielo por asalto para así emancipar el género humano.
Quintus

[1] Tan pronto como en 1936, el patido bolchevique se apresuró a identificar la URSS como un Estado en el que la socialización de los medios de producción era un hecho comprobado, y por lo tanto no existía lucha de clase alguna. Sin embargo, si no hay lucha de clases, y admitimos por válida la afirmación de que el Estado no es más que un órgano necesario cuando las contradicciones entre clases son irreconciliables ¿cuál es entonces la necesidad del Estado?

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